sábado, 21 de diciembre de 2013

En las montañas... Por P. F. Roche



En las montañas...

“¿Me cuentas una historia para dormir?” Le pidió ella mientras se acurrucaba a su lado frente a la chimenea, envueltos ambos en una manta de cuadros y sentados sobre la mullida alfombra.
“Claro... ¿De qué tipo?” preguntó él.
“Quiero un hermoso cuento de hadas que me haga tener bonitos sueños”
Y entonces él comenzó a narrar el relato de siempre, la leyenda que inventó para ella y que explicaba cada vez que la chica se lo pedía.

Había una vez un joven solitario que vivía en las montañas. La belleza del bosque y la magia de la naturaleza era lo único que conocía y aquello que colmaba su vida.
Tal era su amor por las montañas que él no podía imaginar que existiera nada más hermoso que la silueta de las cimas nevadas recortándose contra el horizonte, o el reflejo del sol en lasuperficie cristalina del lago helado, o los delicados copos de nieve cayendo sobre los pinos, convirtiéndose en látigos de escarcha entre sus ramas.
“No hay nada más bello que esto” pensaba, y creía estar en lo cierto.
Un día especialmente frío y oscuro el joven se perdió en algún lugar incierto del bosque. La luz era tan tenue que le fue imposible encontrar el camino de vuelta a casa, y finalmente la noche cayó.
Las noches eran peligrosas en las montañas y el joven tenía prohibido salir después del ocaso. Nunca antes lo había hecho, pero esa vez no había podido evitar perder la orientación y ahora se hallaba completamente solo y asustado. Aquel lugar ya no parecía su hogar. En la oscuridad ya no reconocía el luminoso bosque que tanto amaba y que se había convertido en un sitio peligroso y amenazador. El frío era intenso y pensó que moriría allí si no encontraba algún refugio.
Anduvo sobre la tierra congelada que crujía bajo sus botas, rodeado de niebla y envuelto en el vaho de su propio aliento, hasta que llegó a un claro donde la cúpula de vegetación era menos densa y las nubes se abrían permitiendo el paso de débiles rayos de luz.
El joven levantó entonces la vista al cielo y observó la magnificencia de la Luna, el brillo plateado de su superficie y la basta extensión de oscuro firmamento salpicado de pequeñas luces distantes.
Era lo más embriagador que había presenciado nunca.
De pronto se fijó en una figura agazapada en medio de ese claro. Parecía una persona, pero no pudo estar seguro hasta que no la vio ponerse en pie. Era una chica.
El joven se ocultó entre los árboles sin saber muy bien por qué. Quería observarla sin que ella se percatase de su presencia. Quería ver lo que hacía sin interferir...
La chica estaba recogiendo flores, o eso parecía. El joven no sabía qué tipo de flores podían crecer en aquel gélido clima, pero no cabía duda de que eso era lo que ella hacía.
La curiosidad lo empujó a acercarse más, siempre que permaneciera oculto, y durante mucho tiempo la observó en silencio, olvidando el frío y el miedo que tanto le habían angustiado.
Tan ensimismado estaba en la contemplación de la hermosa chica de las flores que no se percató cuando los primeros rayos del sol irrumpieron en el claro. En ese momento, la chica recogió todas sus flores y se marchó sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.
Al día siguiente regresó al claro, esperando volver a verla, pero ella no apareció. Tampoco la vio al día siguiente, ni al otro...
Tan desesperado estaba por volver a ver la esa chica, que decidió hacer caso omiso de las advertencias y quedarse en el claro después del anochecer, deseando que bajo el amparo de la Luna, el objeto de sus deseos regresara. Y así fue... Por fin distinguió su figura en el límite del claro. Su corazón latió desbocado al comprender que no había sido un sueño, que no la había imaginado. La hermosa chica de las flores existía de verdad y superaba en belleza a cualquier cosa que él hubiese visto antes. Era incluso más bonita que el paisaje de sus adoradas montañas.
Sin embargo, tampoco esa vez se acercó a ella. Simplemente volvió a contemplarla en silencio hasta que ella se marchó, de nuevo con el alba.
Comprendió entonces que ella sólo aparecía de noche y, aunque debía incumplir la más estricta de sus normas para verla, durante meses continuó visitando el claro cada noche y esperando ver aparecer a la dulce chica de la que se había enamorado perdidamente, sin atreverse nunca a acercarse a hablarle.
Un día, mientras paseaba de día por el bosque, escuchó un ruido tras de sí, alertándole de que no estaba solo. Cuando se dio la vuelta, sintió que se le cortaba la respiración.
La chica de las flores, su amor, se encontraba frente a él. La luz del día bañaba su nívea piel y su cabello, tan claro que casi parecía blanco, y arrancaba destellos en sus ojos del color del cielo nocturno. Se perdió en esa mirada profunda y supo con certeza que ella le conocía, que le había estado observando y buscando, del mismo modo que él. No hicieron falta palabras para expresar un sentimiento que bien podían transmitirse con la mirada, un anhelo que ambos ansiaban...
En un instante se cubrió la distancia que los separaba, y el joven solitario se fundió con la chica de las flores en un beso tan tierno como apasionado, mientras que en el cielo, el Sol y la Luna se encontraban en un cósmico abrazo que dejó el bosque en penumbra.

“¿Y qué pasó después?” quiso saber la chica que había pedido el cuento.
“Que el eclipse terminó y tuvieron que separarse” respondió el narrador.
“¡No puede ser! En los cuentos de hadas el amor siempre triunfa” protestó ella.
“Pero el joven solitario y la chica de las flores eran de mundos diferentes. Su destino era estar separados.”
“Uno puede cambiar su destino” replicó entonces la chica con una sonrisa “Ellos pudieron crear un mundo para los dos, como hicimos nosotros”
“Tienes razón” concedió él, mirándola con adoración. Después continuó el relato.

Y con aquel beso de amor, el joven solitario y la chica de las flores crearon un mundo nuevo, sólo para ellos dos, en el que no importaba si era de noche o de día. Un mundo donde la belleza de las montañas era la misma vista bajo los rayos el Sol o bajo el brillo la Luna, y donde no existían normas que incumplir para poder estar juntos...

                                 Fin 


Por P. F. Roche, escritora y blog novela. Club literario "Vidas de Tinta y Papel".

6 comentarios:

  1. Nunca me entero de lo que hay que hacer... no sé si es porque no estoy pendiente o porque no sé donde mirar...
    ¿Dónde dices las actividades que hay que hacer y para cuando? u.u
    Estoy to idiota.
    Mil besos.

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  2. Ya sabia yo de sobra que el premio se lo llevaria ella. La historia me dejo de con ganas de mas, las palabras, las alusiones, todo perfectamente escogido.
    Sin duda el invierno le sienta genial, un besazo y enhorabuena.
    Lena

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    Respuestas
    1. Pues la verdad es que no me gusta nada el frío xD ¡¡Pero mil gracias!! >o<

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    2. ¿En serio? Pues estoy de acuerdo con Lena... :)

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  3. Felicidades!! A mi me encanto tu historia, me alegra que hayas ganado!!! :D

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